Sep 26, 2009

El lado femenino de la Vida (Brida, Coehlo)

Luego de terminar el trabajo en consultorio, me topé con este mensaje que habla sobre la cara femenina de la vida. Esa parte femenina que existe tanto en hombres como en mujeres. Esa parte femenina que todo lo mueve y que es la base de nuestra fuerza y creatividad. Esa parte femenina que a muchos, la mayoría de veces, nos cuesta reconocer. Copio aquí el fragmento e incluyo el link con el libro para mayor referencia.

— Nosotras conocemos el rostro femenino de Dios —dijo la muchacha cuando nos pusimos a caminar de nuevo—. Nosotras, las mujeres, que entendemos y amamos a la Gran Madre. Pagamos nuestra sabiduría con las persecuciones y las hogueras, pero sobrevivimos. Y ahora entendemos sus misterios.

Las hogueras. Las brujas.

Miré con más atención a la mujer que tenia lado. Era bonita, la melena pelirroja le caía hasta m día espalda.

— Mientras los hombres salían a cazar, nosotras nos quedábamos en las cavernas, en el vientre de Madre, cuidando a nuestros hijos —prosiguió ella—. Y fue allí donde la Gran Madre nos lo enseñó todo. El hombre vivía en movimiento, mientras nosotras estábamos en el vientre de la Madre. Eso nos hizo percibir que las semillas se transformaban en plantas, y avisamos a nuestros hombres. Hicimos el primer pan, y los alimentamos. Moldeamos el primer vaso para que bebiesen. Y entendimos el ciclo de la creación, porque nuestro cuerpo repetía el ritmo de la luna. De repente la muchacha se detuvo:

— Allí está ella.

Miré. En el centro de una plaza rodeada por el tránsito, había una fuente. En el medio de esa fuente, una escultura representaba a una mujer en un carruaje tirado por leones.

— Es la plaza de la Cibeles —dije, queriendo demostrarle que conocía Madrid. Había visto esa escultura en decenas de postales. Pero ella no me escuchaba. Estaba en mitad de la calle, tratando de esquivar el tránsito.

— ¡Vamos allí! —gritaba, llamándome por señas entre los coches. Decidí alcanzarla, sólo para preguntarle el nombre de un hotel. Aquella locura me estaba cansando, y necesitaba dormir.

Llegamos a la fuente casi al mismo tiempo; yo con el corazón agitado y ella con una sonrisa en los labios.

— ¡El agua! —dijo—. ¡El agua es su manifestación!

— Por favor, necesito el nombre de un hotel barato.

Metió las manos en la fuente.

— Haz lo mismo —me dijo—. Toca el agua.

— De ninguna manera. Me voy a buscar un hotel.

— Sólo un momento más.

La muchacha sacó una pequeña flauta del bolso y empezó a tocar. La música parecía tener un efecto hipnótico: el ruido del tránsito empezó a alejarse y mi corazón se tranquilizó. Me senté en el borde de la fuente, escuchando el sonido del agua y el de la flauta, con los ojos clavados en la luna llena encima de nosotras. Algo me decía que —aunque no lo pudiese comprender del todo— allí estaba un poco de mi naturaleza de mujer.


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